Descripción
Suite Iberia
Isaac Albéniz
Tesoro revelado
De principio a fin, y con la excepción de ‘Lavapiés’, Iberia es una exultante y vitalísima reflexión musical sobre una Andalucía diversa vista por ojos y oídos tan profundos y de tanto instinto y conocimiento pianísticos como los de Isaac Albéniz. De la delicada e impresionista ‘Evocación’ que abre la serie, hasta las luminosas y virtuosísticas sevillanas de ‘Eritaña’, Albéniz recoge, pinta, describe y canta la luz y la sombra, la ligereza y la hondura, las penas y alegrías de una Andalucía que él -catalán- supo captar como nadie. El suyo es un españolismo soñado desde París, donde se instaló en 1894. Albéniz entiende lo español como “lo andaluz”, sinécdoque en la que también incurren casi todos los compositores románticos cuando se acercan a España. Incluso en el enrevesadísimo ‘Lavapiés’ -única pieza de la suite ajena a Andalucía-, el Liszt español (así le llamaban en ciertos círculos parisienses) prescinde del chotis madrileño para recurrir a un intrincado ritmo cuyo difícil equilibrio entre las figuraciones ternarias y binarias tanto se aproximan a la idiosincrasia del cante andaluz.
Albéniz conoce bien Andalucía, donde ofreció innumerables recitales y conciertos – exhibición en plan “niño prodigio”. Ya en 1872, con sólo doce años, realizó una larga gira por la tierra de Falla y Turina que fue disfrutada por los vecinos de Úbeda, Jaén, Sevilla, Córdoba, Granada, Lucena, Loja, Salar y Málaga. De Andalucía, del puerto de Cádiz, zarpó el 30 de abril de 1875 el barco que le llevó a América por primera vez, y a Andalucía volvió en 1882, en dos ocasiones, para ofrecer series de recitales en Málaga, Córdoba, San Fernando, Cádiz y Sevilla.
Este conocimiento próximo y directo resultaría capital para forjar la memoria idealizada desde la que luego, ya bien entrado el siglo XX, surgiría Iberia en la lejana Francia. Es importante subrayar esta conexión andaluza de Albéniz para desterrar definitivamente las teorías que apuntan hacia un pintoresquismo andalucista a lo francés – Bizet, Chabrier y tantos otros – de Iberia. Las páginas de Suite Iberia en absoluto son menos andaluzas ni menos auténticas que las de los quintaesenciados pentagramas de la Fantasía bética. Como señaló Enrique Franco, la Suite Iberia es “el gran poema de la música española”, pero también una exultante y apasionada reflexión musical sobre una Andalucía diversa y plural.
Sus doce números fueron compuestos entre diciembre de 1905 y enero de 1908. Es decir, en un periodo relativamente breve, y cuando su creador ya se encuentra seriamente afectado por los problemas de salud que, finalmente, acabarían con su vida en mayo de 1909. La vitalidad, desparpajo y riqueza de la inmensa partitura nada tienen que ver con la dolorosa situación personal que atraviesa el hombre, cuyo genio irreprimible se impone sobre cualquier adversidad. Ni siquiera en esos postreros momentos de dolor y agotamiento, Albéniz deja “de tirar la música por la ventana”, como diría Debussy en asombrada alusión a la inagotable generosidad creativa de su colega español. La frecuente adscripción de Iberia al entonces emergente mundo impresionista es tan arbitraria como cualquier otra. El inmenso entronque popular, la riqueza casi musicográfica de su fértil exploración rítmica y el diversificado cúmulo de vectores que inciden en sus pentagramas la convierten en una colección única e inclasificable. Universal, incomparable y atemporal, en la que cada una de sus doce partes se sustentan -casi con carácter general- en torno a tres elementos básicos de fuerte raigambre española: la falseta con sus correspondientes derivaciones, la copla y el ritmo de algunas conocidas danzas.
Primer cuaderno
Dedicado a “Madame Jeanne Chausson”, el primer cuaderno de Iberia se abre con ‘Evocación’, tenue y esencializado preludio al universo deslumbrante que vendrá a continuación. Se trata de una larga y serena melodía de ambiente nocturnal, cuyo carácter llega descrito a través de un refinado proceso armónico y un sincopado e invariable tiempo de 3/4. Sus compases engloban ¡ una extensa y lejana copla que es tan vecina de la jota como del fandango. Las etéreas armonías son de clara filiación impresionista, y se establecen sobre un ambiguo mapa modal. Las ingrávidas armonías de la coda culminan esta página abstracta y vagamente reminiscente.
‘El Puerto’. Es el de Cádiz, y no el de Santa María, como tantas veces se ha reiterado. Tras el sosiego de ‘Evocación’, con ‘El Puerto’ llega a Iberia la brillantez del baile andaluz. El polo, la seguidilla y la bulería son aludidos en un refulgente y genuino cuadro en el que el jolgorio andaluz toma cuerpo protagonista bajo el marcado e inequívoco ritmo del tanguillo gaditano y de la guajira cubana.
‘El Corpus en Sevilla’ es uno de los fragmentos más brillantes y espléndidos de todo el repertorio pianístico. También de los más difíciles de ejecutar. Albéniz traduce en esta página la fiesta del Corpus en Sevilla. La obra comienza con el rataplán austero y sobrecogedor de la procesión, que es llevado al piano a través de unos pianísimos secos y staccati, de trágica contención rítmica, que dan paso inmediatamente a la cita de la popular Tarara.
Segundo cuaderno
El segundo cuaderno está dedicado a la pianista Blanche Selva, quien lo estrenó el 11 de septiembre de 1907, en San Juan de Luz (País Vasco francés). ‘Rondeña’ es una delicada evocación de la ciudad malagueña de Ronda. Especialmente querida por Albéniz, en ella entremezcla una vez más los ritmos binarios y ternarios, algo consustancial al folclor andaluz y que define de manera sustancial este fragmento en forma de guajira cubana.
Elocuente y sugestiva, ‘Almería’ presenta evidente parentesco con la precedente ‘Rondeña’. Por su escritura armónica, se trata de una verdadera obra maestra, en la que no faltan la taranta almeriense, el fandanguillo, las carceleras, y, sobre todo, la jota valenciana, cuya copla es expresamente citada para convertirse aquí en melodía esencial.
‘Triana’ es una vigorosa apoteosis rítmica en la que lo popular es perfumado por el entorno parisiense del compositor. Es la segunda visita que efectúa Albéniz a Sevilla en Iberia. Antes ya estuvo en ‘El Corpus en Sevilla’, y luego, rubricará la colección con las sevillanas de ‘Eritaña’. Éstas, las de ‘Triana’, son más estilizadas, más próximas a la seguidilla gitana.
Tercer cuaderno
Es el propio compositor, en una carta que el 27 de diciembre de 1906 remite desde Niza a su entrañable amigo Joaquim Malats, quien da las claves del tercer cuaderno de Iberia. “Acabo de terminar”, escribe Albéniz, “bajo tu directa influencia de intérprete maravilloso el tercer cuaderno de Iberia; el título de sus números es como sigue: El Albaicín, El polo (y al mismo soy capaz de ir para oírte tocar estas piezas) y Lavapiés; creo que en estos números he llevado el españolismo y la dificultad técnica al último extremo”.
Para ‘El Albaicín’, primera página del tercer cuaderno, Albéniz recurre a un ritmo de bulerías, con el que parece querer describir la ácida rugosidad de la colina granadina, ciudad entrañable a la que llegó a calificar como “tesorero de la música andaluza”. Ese aire de bulerías, sencillo y hasta ingenuo, será la base de toda la pieza. En medio, una copla teñida de nostalgia, que dio pie a Debussy a escribir: “Pocas obras musicales valen lo que ‘El Albaicín’… donde se encuentra la atmósfera de esas veladas de España que huelen a clavel y aguardiente”.
A pesar del buen humor que delata Albéniz en la primera página del manuscrito de ‘El Polo’, donde anota “que ‘El Polo’ es una canción y danza andaluzas, y nada tiene que ver con el deporte del mismo nombre”, sus melancólicos compases conforman uno de los episodios más dramáticos de toda la Iberia. “Genial y fatalista” definió Olivier Messiaen esta dolida, casi angustiada pieza maestra, construida a partir de un tratamiento obstinado de la popular danza flamenca. Todo es ritmo, pero teñido de un tono afligido y grisáceo. Página penetrante y fatalista, de aguda riqueza armónica y atrevida complejidad tonal, el propio Albéniz señalaba que hay que tocarla “con espíritu de sollozo”.
‘Lavapiés’ es la página más complicada de interpretar de Iberia. Sus notas se presentan como racimos indescifrables. Las manos se superponen, se mezclan, se cruzan… un laberinto en el que es preciso contar con una depuradísima técnica para descifrar la melodía de entre ese complejo Amasijo de sonidos. La valentía armónica de la partitura se revela en sus intrépidas disonancias. El organillo y su chulesca irregularidad rítmica, toman cuerpo en un desarrollo que el compositor pide “socarrón, seco y canalla”.
Cuarto cuaderno
Albéniz compone los tres números que cierran la suite cuando se encontraba seriamente enfermo y próximo ya a su temprana muerte, sin haber cumplido 49 años. Escrita en París, en julio de 1907, la expresiva y ensoñadora ‘Málaga’ rebosa inspiración, gusto y un profundo saber hacer pianístico. Sus compases se presentan como una especie de sincrética recopilación de todo el pianismo precedente. Albéniz ralentiza el ritmo de la malagueña para dar origen a un libre y apasionado desarrollo, en el que el lirismo alcanza momentos de plena exaltación romántica. La expresiva y enorme belleza de la jota malagueña aparece maravillosamente cantada por la mano izquierda bajo un complejo acompañamiento en el registro agudo cargado de avanzadas sutilezas armónicas.
“Estoy acabando un Jerez que, sin ser de González Bías [sic], espero habrá de agradarte; te lo enviaré bien embotellado en cuanto lo tenga listo”. Es el 30 de noviembre de 1907 cuando Albéniz remite desde Niza estas humoradas líneas a su querido Joaquim Malats. Es el primer anuncio de la nueva página de Iberia, escrita en la capital de los Alpes Marítimos entre octubre de 1907 y enero de 1908, y que es una de sus últimas composiciones. ‘Jerez’ combina su enorme dificultad técnica (particularmente para la mano izquierda) con un hondo calado expresivo, al que no son ajenos la nostalgia del Sur y el impresionismo emergente.
Albéniz emplaza la última “impresión” de su obra maestra en las entonces afueras de Sevilla, en la antigua venta de Eritaña, “donde los señoritos se emborrachaban mientras las gitanas bailaban y cantaban” según cuenta Arturo Rubinstein en sus memorias. Se imponen las sevillanas, que el compositor quería aflijías. La ensoñación de ‘Málaga’ y la nostalgia de ‘Jerez’ ceden ante el ritmo centelleante y extravertido de la danza sevillana. Frente a la introspección de sus dos compañeras de cuaderno, Albéniz describe el realismo pintoresco de un cuadro cargado de color y desparpajo. El jubiloso ritmo en 3/4 de las sevillanas impone su ley y se mantiene inalterable a lo largo de toda la partitura, cuya enorme dificultad pianística contrasta con el carácter ligero y espontáneo que destilan los sencillos giros populares de este vibrante colofón del tesoro revelado de Iberia.
© Justo Romero