Descripción
MUSICA SCOTICA
Orpheus Musicus
Laura Martínez Boj, soprano
Sergio Suárez, violín y dirección
Irene Martínez Sevilla, violín – Manuel de Moya, violoncello – Manuel Minguillón, archilaúd y guitarra – Alberto Martínez Molina, clave – David Mayoral, percusión
“Música celta” es una etiqueta comercial del siglo XX aplicada a un género inspirado en la tradición musical de ciertas regiones del llamado Arco Atlántico. Las más conocidas son Irlanda y Escocia, pero esta etiqueta también incluye músicas provenientes de la Bretaña francesa, la Isla de Man, Cornualles, Gales, Galicia y Asturias.
La música celta actual no es puramente etnográfica, sino resultado de una combinación de elementos tradicionales con otros provenientes del pop, del rock o de otras “músicas del mundo” (por ejemplo, es habitual incorporar el buzuki, un instrumento tradicional griego). Esta “música celta” se suele asociar con paisajes verdes, costas escarpadas y seres mitológicos que habitan en los bosques, y es habitual encontrarla como banda sonora de películas o videojuegos de fantasía.
Mucho antes de que existiera este concepto, ya desde mediados del siglo XVII, encontramos un fenómeno similar en la música de cámara y el mercado de partituras británico. Respondiendo a la demanda de los aficionados por acceder a música fácil de interpretar y agradable al oído, con esquemas pegadizos y estribillos que pudiesen ser tarareados, algunos compositores y editores musicales exploraron la sonoridad del folclore de aquellas islas, con gran éxito comercial. Un ejemplo bien conocido es The English Dancing Master (El maestro inglés de danza, 1651), publicado por el editor londinense John Playford. Esta antología de canciones y bailes campesinos, destinada al entretenimiento doméstico, fue objeto de numerosas reimpresiones en las décadas siguientes. Se trataba de un síntoma evidente de la rápida difusión de la práctica musical entre las clases medias, resultado a su vez del auge comercial británico (de hecho, en 1695 Londres era la mayor ciudad europea, con 575.000 habitantes y un puerto clave para la economía mundial).
Desde finales del siglo XVII fueron ganando terreno en aquel mercado las melodías y esquemas de improvisación procedentes de Escocia e Irlanda. Los compositores formados en la tradición culta las fusionaron con géneros de música de cámara, como la sonata para violín, la suite o la cantata, que ya contaban con sus propias convenciones formales y estilísticas.
El folclore de aquellas tierras nubosas fascinaba a los aficionados por sus ritmos bailables, canciones suaves y armonía modal, además de un particular estilo de ornamentación. No eran menos importantes los textos líricos, que generalmente transportaban al oyente a ambientes románticos en el doble sentido de la palabra: paisajes grises con castillos en ruinas y acantilados en los que sucedían encuentros amorosos. No obstante, también encontramos letras con toques festivos o burlescos. Y es que, al igual que la música celta actual, estos arreglos de música enfatizaban unas veces el carácter contemplativo y melancólico de ese repertorio tradicional, y, otras, el virtuosismo, velocidad y frenesí de sus danzas.